Escribo desde cerca, con el trabajo encima y en mi casa ya hasta las trepadoras son de metal.

Se me hace fácil explicarlo con una anécdota de un reconocido científico que recuerda su primer acercamiento a las leyes de la física tras recibir una brújula cuando niño y darse cuenta por primera vez que hay algo invisible que subyace a su realidad. Reconociendo posteriormente en su adultez que, en el mirar con mucha atención y una buena dosis de suerte, se pueden ver destellos de algo profundamente escondido. Un paisajista que también escribe llama a esas circunstanciales instancias desfases.

En estructuras y en relación a los materiales, el fenómeno de la fatiga se refiere a la pérdida de rigidez propia del material bajo cargas dinámicas cíclicas más que por cargas estáticas. Estas cargas cíclicas son difíciles de prever y calcular, y pueden imponer una fatiga elástica o plástica al material en varias etapas, concluyendo inevitablemente en su falla. Son sutiles, leves y en general imperceptibles, pero a través de una aleatoria y continua insistencia terminan en el mismo desenlace que una gran carga dinámica. De alguna manera, una gran cantidad de gestos leves pero insistentes equivalen a una fuerza evidentemente desproporcionada.

El trabajo se concentra en ese momento previo a la falla, la fatiga. ¿Cuál es la forma de esta aparente estabilidad a punto de colapsar? ¿Cuál sería su color, su olor? ¿Qué tan consientes estamos de su presencia?

 Enfrentar las obras de la muestra es como mirar a los ojos al metal y tratar de descifrar cual es la historia de esos continuos gestos que modelaron esas formas, dibujos, texturas y colores que develan esta fragilidad escondida. Nos exhibe la latencia de la fatiga en un paisaje aparentemente estabilizado pero que, si miramos con atención y algo de esa suerte, podemos ver rastros de esas insistencias o desfases.

Quizás tenga alguna relación con lo que me cuenta sobre que durante el embarazo todo tiene gusto a metal.

Santiago Valdivieso
agosto 2023